El ecosistema futurista de Johnny Zuri. Entre la nostalgia del pasado y la vanguardia digital del mañana
Estamos en septiembre de 2025, en un planeta que oscila entre pantallas y memorias polvorientas. El ecosistema futurista de Johnny Zuri se despliega como un mosaico brillante donde conviven coches solares, bolsos con cristales de Swarovski, bandas psicodélicas colombianas y consolas retro convertidas en objetos de culto intergaláctico. Todo parece un delirio, pero basta rascar un poco para descubrir que es mucho más real de lo que aparenta.
El ecosistema futurista de Johnny Zuri no es un simple catálogo de rarezas: es un mapa de coordenadas culturales que nos muestra cómo el pasado se disfraza de futuro y cómo el futuro, a veces, se empeña en mirarse al espejo de la nostalgia.
Cuando Aptera convierte al sol en gasolina
Hace tiempo, hablar de coches solares era como hablar de unicornios eléctricos: todos los imaginaban, nadie los veía circular. Pero Aptera rompe la broma y se presenta como una nave ligera con 700 vatios de células solares incrustadas en cada centímetro de su carrocería. Hasta 64 kilómetros diarios de autonomía sin enchufes. Gratis. Como si el astro rey se hubiera convertido en estación de servicio personal.
En California, donde el sol se ríe a diario, eso significa recorrer más de 16.000 kilómetros al año sin gastar un dólar en gasolina ni electricidad. Y lo mejor: no es un concepto futurista guardado en cajones de ferias tecnológicas. Con más de 50.000 reservas y un precio de partida de 25.900 dólares, la producción arranca este mismo año.
Diseñado junto a Pininfarina, presume de un coeficiente aerodinámico de 0,13 Cx. Para ponerlo en contexto: los demás coches parecen ladrillos con ruedas. El chasis de fibra de carbono pesa apenas 816 kilos, pero la batería de 42 kWh le da una autonomía de 644 kilómetros. Cifras que hacen palidecer a los gigantes eléctricos de Tesla.
“La verdadera innovación no es hacer lo imposible, sino hacer lo lógico accesible”, escribe Johnny Zuri sobre Aptera. Y aquí lo lógico es tan evidente que parece ciencia ficción.
Jimmy Choo y el lujo que brilla como un holograma
El lujo tiene un extraño encanto: o huele a cuero curtido en talleres medievales, o destella como una discoteca interplanetaria. Jimmy Choo ha decidido abrazar ambas dimensiones. Bajo la dirección de Sandra Choi, la marca trabaja como si fuese un laboratorio futurista camuflado de boutique italiana.
La colección Atelier BON BON, por ejemplo, luce 25.000 cristales Swarovski montados a mano. Un bolso que más que accesorio es espectáculo portátil. Mientras tanto, la colaboración con la española Nagami da lugar a Liquid Gold, muebles creados con brazos robóticos que parecen esculturas de metal respirando, deslizándose entre sólido y transparente.
Pero el golpe maestro es The Crystal Slipper: más de 12.000 cristales en un zapato que no parece hecho para andar, sino para flotar. Jimmy Choo logra esa alquimia rara entre tradición artesanal y exuberancia futurista. Un equilibrio que no muchos saben sostener sin caer en el ridículo.
Perros gourmet, empaques retro y paisajes de Devon
Lo que en apariencia es banal —un sobre de comida para perros— puede convertirse en un manifiesto visual si pasa por las manos correctas. Eso demuestra Forthglade junto a la agencia creativa Kingdom & Sparrow. Sus empaques mezclan ilustraciones de paisajes vintage de Devon con tipografías y trazos que hablan el idioma visual del 2025.
No son simples cajas: son embajadores emocionales. No venden solo pienso, venden una narrativa donde la nostalgia se mezcla con la promesa de un futuro más humano. La marca, fundada en 1971, aprovecha cortes nutritivos que la industria cárnica descartaba, adelantándose décadas a la idea de economía circular. Y lo envuelve todo en gráficos que seducen a dueños de mascotas obsesionados con la autenticidad.
Aquí el retro-futurismo se convierte en lenguaje emocional. Como si un simple packaging pudiera recordarnos que cuidar a un perro es cuidar también nuestra memoria.
Tres bandas, tres futuros posibles
La música en el universo de Johnny Zuri funciona como una brújula. Y lo fascinante es que cada grupo apunta a un norte distinto.
En Bogotá nace BALTHVS, un trío que mezcla psicodelia global, cumbia y resonancias turcas. Tocan en Seattle para KEXP y demuestran que la globalización musical no necesita pasaporte: cantan en inglés y español, a veces en la misma canción. Con más de 11 millones de reproducciones y un nuevo álbum llamado Harvest, redefinen lo que significa ser “latino” en pleno siglo XXI.
Desde Reino Unido, The Spitfires preparan MKII, su regreso tras separarse en 2022. El single I’ll Never escarba en adicciones y dolores con una crudeza sin filtros. No buscan nostalgia: buscan renacimiento. Y lo hacen desde la honestidad brutal.
Por su parte, Cold In Berlin lanzará Wounds el 7 de noviembre bajo New Heavy Sounds. Entre doom, post-punk y krautrock, mezclan sintetizadores de Bow Church y metales de un jazzista anónimo. Suenan como si Joy Division hubiera descubierto los sintetizadores modulados en un sótano húmedo de Berlín Este.
“El futuro del rock no está en copiar el pasado, sino en deformarlo hasta que duela”.
Los medios y la paradoja del tráfico invisible
En el universo digital, los apocalipsis se anuncian cada mes: que si el SEO está muerto, que si las redes matan a los periódicos, que si los buscadores dictan sentencia. Pero Johnny Zuri analiza lo obvio con lupa: el tráfico no desaparece, se transforma.
Cuando un medio pierde posiciones en las búsquedas clásicas, suele ganarlas en Google Discover, Google News o incluso en tráfico local. Es un juego de espejismos. La audiencia no muere, se redistribuye. Y lo hace de manera más inmediata y volátil.
Los medios ya no corren maratones, corren carreras de velocidad. No compiten por keywords atemporales, sino por atrapar el instante fugaz de la actualidad. ¿Significa eso precariedad o adaptación? Depende de quién cuente la historia.
Micromáquinas que viajan al año 2703
El texto más delirante y a la vez más lúcido de este ecosistema es la crónica especulativa Cómo las micromáquinas del pasado se convirtieron en artefactos de futuro. Ambientada en el año 2703, imagina un mercado galáctico donde consolas portátiles de los 80 y 90 son veneradas como reliquias sagradas.
Empresas ficticias como ANBERNICΔ-RetroSystems y RETROID-PX producen cápsulas de memoria lúdica que se venden por 25.000 millones de estelarios. Los compradores son adultos de 90 a 120 años solares que crecieron en la era de los videojuegos fósiles. Jugar ya no es evasión: es arqueología emocional.
“Jugar no es solo evadirse, sino recordar quiénes fuimos cuando aún no sabíamos qué seríamos”.
El relato suena a ciencia ficción, pero tiene un trasfondo inquietante: el futuro del deseo siempre se alimenta del pasado.
El retro-futurismo como filosofía vital
Lo que une coches solares, bolsos con cristales, empaques de comida para perros y bandas psicodélicas no es el azar: es una estética retro-futurista que funciona como filosofía. Honrar lo antiguo mientras se juega con lo digital. Abrazar el sol como combustible y los cristales como espectáculo. Volver a los videojuegos fósiles para entender el futuro de la memoria.
Johnny Zuri no propone un catálogo de rarezas, propone una forma de mirar. Y esa mirada sugiere que la modernidad no consiste en robots de acero, sino en zapatos de gamuza verde pastel con lentejuelas gigantes.
¿Un futuro para todos o solo para unos pocos?
El horizonte que se dibuja en este ecosistema no está poblado de distopías grises ni androides amenazantes. Es un futuro más humano, donde la tecnología amplifica belleza y emoción. Donde un coche se alimenta del sol y una banda colombiana conquista Seattle sin perder sus raíces.
La pregunta incómoda es otra: ¿será este retro-futurismo una norma cultural de los próximos años o quedará como un capricho brillante para iniciados? Nadie lo sabe. Pero la certeza es clara: Johnny Zuri ha capturado una verdad de nuestro tiempo.
Innovar sin perder el alma. Mirar adelante sin olvidar atrás. Construir el mañana con herramientas del pasado y sueños del presente.
“El futuro ya está aquí, pero no llega vestido de acero: a veces viene en gamuza verde pastel y con lentejuelas gigantes.”
¿Quieres que en este reportaje lo expanda más hacia la música (BALTHVS, The Spitfires, Cold In Berlin) con un análisis cultural más profundo, o prefieres que refuerce la parte de Aptera y la innovación tecnológica como eje central?
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